CONVIVENCIA, COMUNALIDAD Y LENGUAJE

CONVIVENCIA, COMUNALIDAD Y LENGUAJE

Félix Rodrigo Mora

​Ponencia presentada en “Euskera eta Euskal Sena”, organizada por Euskeraren Jatorria en Irurtzun (Navarra), el 13 de mayo de 2017. Mi intervención oral no se redujo a decir el texto escrito sino que desarrolló algunos de sus contenidos. Puede consultarse en el video de la Jornada.

​El vocablo etimología proviene del griego “étymos”, verdadero, y “logos” palabra y pensamiento, estructura inherente a lo real y leyes universales del ser. Su raíz es el griego “legein”, recoger y acumular. En sentido restringido etimología significa conocimiento sobre la procedencia y variación de las palabras, y en sentido amplio designa el “logos” como “orden del mundo” o totalidad global organizada del ser, que se manifiesta en el lenguaje al que impone un orden inmanente, una modalidad de existencia concreta. Expresa, por tanto, la lógica de lo discursivo, la significación primigenia y más fidedigna del hablar.

Eso ha de comprenderse desde la relación dialéctica entre lo enunciado y lo real, al reclamar que todo idioma tenga como referencia el ser, lo que está ahí, fuera e independientemente de la mente pensante (con palabras). Ello suele olvidarse en los estudios etimológicos que conciben la palabra, el lenguaje, como autónomo y autosuficiente, sin conexión con las realidades globales de la sociedad y el individuo. Se ignora que todo idioma es una cosmovisión, una percepción de lo que es. Está la palabra y la cosa nombrada por ella, el idioma y la sociedad del que es vínculo convivencial y manifestación de comunalidad. Con tal comprensión hacemos “legein”, al recoger e integrar el todo, al plasmar la unicidad del ser en el acto de analizar y transmitir.

Al realizar estudios etimológicos es habitual acudir a los diccionarios. He consultado el “Breve diccionario etimológico de la lengua castellana”, de Joan Corominas, y me ha resultado mediocre. Mucho peor es “Diccionario etimológico español e hispano”, de Vicente García de Diego. Aún más censurable resulta el monumental, en varios tomos, “Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico”, de Joan Corominas y José A. Pascual, un hercúleo ejercicio de erudición caótica, que culmina en un amontonar información no seleccionada ni siquiera comprendida. Algún otro prefiero olvidarlo. Fallan por ausencia de voluntad de servicio y sentido del deber. En ello se echa de menos el amor. Es una manifestación de que bajo el capitalismo casi todo resulta degradado por la negatividad de una de sus principales normas estructuradoras, la ley del valor, que se dirige a lograr lo máximo por lo mínimo. Superar el capitalismo es evitar el interés particular realizando obras de amor, dando lo más por lo menos por afecto hacia quienes van a hacer uso de lo elaborado o producido. De ahí tiene que salir una calidad máxima en las realizaciones del propio trabajo.

En consecuencia, acudo a un texto clásico, “Etimologías”, de San Isidoro de Sevilla (556-636), un compendio del saber de su tiempo, el siglo VII en Occidente, que ya había utilizado en varias ocasiones con fines prácticos, a fin de alcanzar conocimientos valiosos, hoy olvidados, sobre arboricultura, nutrición y otras disciplinas, al cual cito en varios de mis libros. Es un trabajo bien organizado y bien escrito, en una edición bilingüe, latín-castellano. También en esto resulta fallida la teoría del progreso…

El problema reside en que ya no estamos tan seguros como antaño de que el castellano provenga del latín. De ahí que esta cuestión tenga que ser previamente considerada.

​Sobre el origen de la lengua castellana
El libro de Carme Jiménez Huertas, “No venimos del latín”, así como el video realizado sobre él por Alicia Ninou, expone varias verdades que era necesario fueran dichas, además dichas con bizarría, pues han sido ocultadas por la sapiencia académica. La más importante es que entre las llamadas lenguas latinas y su supuesta lengua madre, el latín, hay divergencias enormes, que hace problemático el que aquéllas hayan devenido evolutivamente desde éste.

Otro elemento refutado en él es la teoría sobre el indoeuropeo lengua madre y las supuestas lenguas indoeuropeas derivadas, que se sustenta en un insuficiente número y calidad probatoria de datos parciales, susceptibles además de interpretaciones alternativas. Para la península Ibérica en la fase prerromana hay una diferenciación en los topónimos de lugares habitados, que se dividen en tres bloques. Los terminados en –briga, que señalan el territorio de las lenguas celtas; los que comienzan por ili-ilu-, que delimitan el área ibérica, con el añadido del euskera (se interprete esto de una forma o de otra), y los que usan vocablos con el elemento ipo-/ippo o el oba, que determinan el sector tartésico, o del idioma bástulo-turdetano. De los celtíberos nos han llegado textos relativamente extensos sobre bronce y de los íberos sobre plomo. Aquéllos toman 26 signos de la grafía de éstos para escribir la suya, rechazando 2. Sus idiomas siguen sin ser inteligibles.

La suposición de que unos idiomas surgen de otros por evolución, poco a poco y paso a paso, es difícil de admitir. Se sugiere que el castellano brota del latín, lo que tuvo que haber sucedido entre los siglos VI y IX, en unos 400 años y en una zona muy peculiar, el norte de la actual provincia de Burgos y áreas limítrofes, que en el pasado había sido espacio celtíbero, o quizá vascón (es difícil de precisar, aunque las expresiones escritas del celtibérico están, salvo en algún caso muy excepcional, siempre al sur del Ebro, quedando el norte para el euskera), o de encuentro de hablantes de ambas lenguas. Sea como fuere, hay que explicar por qué, en sólo cuatro siglos, el latín vulgar se transforma en otra lengua bastante diferente, el castellano.

Esto recuerda la teoría de la evolución de Darwin, que sostiene que unas especies surgen de otras, tenidas por inferiores y menos adaptadas, por evolución, paso a paso. Tal aserción tiene un inconveniente, que no aparecen los fósiles de las formas intermedias, de manera que se convierte en un acto de fe, al carecer de base fáctica. Lo que se afirma del tránsito del latín al castellano adolece del mismo mal, no hay pruebas de ello. Además, la experiencia muestra que los procesos evolutivos no producen cambios cualitativos, no son revolucionarios sino conservadores por reformistas, al alterar lo secundario y lo apariencial únicamente para preservar la esencia. La cuestión es por qué el latín que había permanecido estable desde al menos el año 450 antes de nuestra era, cuando se promulgan las Leyes de las Doce Tablas en Roma, hasta el siglo VI de nuestra era, durante más de un milenio, entra en descomposición entonces. Se aduce para nuestro caso, vagamente, la llegada de los visigodos, pero éstos estaban tan romanizados que todas sus leyes eran en latín, lo mismo que sus documentos políticos y jurídicos. Su llegada reforzó el latín, al menos como lengua estatal.

Las lenguas nacen, muy probablemente, por procesos revolucionarios, que son súbitos, en el sentido de breves. A tales procesos de formación se les puede llamar revoluciones lingüísticas. Otra cuestión es que no sepamos explicar, por el momento, qué, por qué y cómo sucedió para que tuviera lugar el nacimiento del castellano. No sabemos todo pero sí algo. En el primer documento que cita a Castilla, del año 800, se lee (en latín) que está redactado en “Bardulia que ahora es llamada Castilla”. ¿Tenemos que considerar como irrelevante y anecdótico el cambio de nombre? Quizá no, pues se modifica el vocablo cuando se ha modificado lo que nombra. Si la Bardulia de la Antigüedad se ha hecho la Castilla altomedieval es, quizá, porque se ha creado una nueva comunidad humana. Castilla, ya entonces, no sólo era la tierra del castellano sino la de una sociedad con unas relaciones sociales y una forma nueva de ser persona que demandaba un idioma nuevo. Tal vez hubo una revolución lingüística porque hubo una revolución política, económica, axiológica, cultural, militar, individual y social. En lógica correspondencia, las lenguas también mueren.

¿Podemos estar seguros de ello? No, es sólo una explicación deducida y razonada pero no probada. Lo que sí acaeció realmente fue una revolución en la sociedad, la de la Alta Edad Media. Ésta tuvo en el alzamiento popular bagauda, vascón sobre todo, de mediados del siglo V, su origen, lo estudio en “El Derecho consuetudinario en Navarra. De la revolución de la Alta Edad Media al Fuero General”. Sus inmensos logros civilizatorios se difundieron por todo el norte peninsular.

Entre líneas, se arguye que las llamadas lenguas romances actuales provienen del habla popular bajo el imperio romano, y que el latín se reducía a ser lengua de Estado, utilizada por las élites y el aparato de poder pero no por el pueblo, ni siquiera por el pueblo romano. Esto plantea muchos interrogantes, y muy complejos. De ser así, el antecedente del catalán sería el ibérico nororiental, del castellano el celtibérico, del portugués-gallego el celta galaico, etc. Lo observable es que el celtibérico se escribe con caracteres ibéricos justamente allí donde los territorios de la Celtiberia han sido conquistados por Roma, pero no antes, que eso sucede sólo durante un periodo breve, entre el siglo II y el I antes de nuestra era, y que luego se pasa a usar el latín como vehículo de aquella lengua celta. Finalmente, hacia el siglo II de nuestra era, ya no se escribe. Lo mismo acontece para el ibérico ¿Significa eso que se ha producido la sustitución lingüística? En las élites del poder sí: éstas se han romanizado. ¿En el pueblo? No lo sabemos. Para el euskera tenemos las inscripciones y grafitos de Iruña-Veleia pero apenas nada más hasta los primeros textos en dicho idioma, bastantes siglos después.

Hemos de esperar al siglo XIII, o sea, más de un milenio, para conocer con certeza, gracias a Gonzalo de Berceo, que es el “román paladino” la lengua en que cada uno “fabla a su vecino”, aunque estamos seguros que en esa área y edad el euskera también era lengua popular. En Castilla hay un momento en que el naciente Estado castellano deja el latín, que queda como idioma del clero, y se pasa a la lengua popular. Eso no sucede con el Poema del Mío Cid (más tardío de lo que se suele afirmar, de finales del siglo XIII o comienzos del XIV) sino sobre todo con el Código de las Siete Partidas, una obra jurídica decisiva escrita en “román paladino”, lo que resulta extraordinariamente innovador. Hasta entonces, el tercer cuarto del siglo XIII, los documentos legislativos, por ejemplo, los fueros municipales, están escritos en latín (los pocos que han llegado hasta el presente en romance es porque son traducciones posteriores). De que la legislación foral vaya en latín no puede concluirse que éste fuera la lengua en esas fechas hablada por el pueblo (Berceo lo niega), pues aquélla no es, salvo secundariamente, una recopilación del derecho consuetudinario, de elaboración popular y en la lengua popular de cada área, sino pactos o convenios entre el poder concejil, o asambleario popular con milicias y comunal, y las respectivas coronas.

El reino de Navarra, en lo lingüístico, sigue otro camino. No convierte en lengua de Estado la del pueblo, el euskera, sino el romance navarro (o navarro-aragonés), en el que está escrito el Fuero General, de aproximadamente la misma fecha que Las Siete Partidas y dirigido a cumplir las mismas funciones, avivar la construcción de un aparato estatal tomando como base el derecho romano y dejando el derecho consuetudinario en un lugar subordinado. Con ello el pueblo pierde, en Castilla y en Navarra, el poder legislativo. ¿Era más de uso popular dicho romance que el euskera entre la navarra gente? Es muy difícil saberlo pero parece que no, que fue sobre todo un idioma de Estado. Ello lastró a la corona de Navarra con una inferioridad política y cultural en relación con la de Castilla, en la que la audaz (y perversa) artimaña lingüística de Alfonso X permite al naciente ente estatal manipular mejor al pueblo.

En la corona de Navarra el conflicto lingüístico pueblo/Estado fue siempre fuerte, lo que debió servir para fortalecer al euskera como idioma del pueblo, que lo sentía exclusivamente suyo y podía amarlo con más intensidad. Aquel conflicto refuta a quienes tienen al Estado, a los Estados, por la principal garantía de las lenguas, de su continuidad y supervivencia. Hoy en Irlanda, el gaélico (una lengua celta aún viva, emparentada con el celtibérico) se está extinguiendo a pesar de la existencia de un pujante Estado irlandés, o más bien por ello pues muchas y graves son las medidas que dicho Estado ha ido tomando contra el gaélico y en pro del inglés. Las lenguas son con futuro cuando están vinculadas al pueblo, y sólo esa superstición que es la estatolatría, o veneración religiosa por los aparatos estatales, puede negar o minimizar la verdad de tal aserto. Hoy existe el castellano/español, y existe el Estado español, pero ante nuestros ojos se está produciendo la sustitución lingüística de aquél por el inglés. En sólo 2 ó 3 generaciones, en este siglo, quedará como lengua subordinada, secundaria, y en otras tantas verosímilmente se extinguirá. En Madrid las clases poderhabientes y medias ya son bilingües.

Sólo la acción popular, una revolución que liquide el actual orden estatal español, su inserción en la Unión Europea y elimine los efectos de la mundialización, puede evitar que eso suceda. La mundialización está pensada como la apoteosis del poder de las elites mandantes de Occidente, con un único sistema de hiper-Estado/Estados, un único orden político, el parlamentarista fascistizado, un único modo de producción, el mega-capitalismo, un único idioma, el inglés, una única religión, el islam, y un único tipo de individuo, el ser nada robotizado y superlativamente degradado. Ello es concebido estratégicamente como causa y consecuencia de la derrota de su gran rival, China.

Retornado a la reflexión sobre el latín y su naturaleza de lengua popular o solamente de Estado, conviene añadir algunas puntualizaciones. Roma fue siempre en tanto que imperialismo, un ejército, siendo éste lo principal con mucho del orden estatal. Podemos estar seguros de que en él se hablaba un único idioma, en las tropas romanas y en las tropas auxiliares también, pues la unidad lingüística es imprescindible para que un aparato militar sea eficaz. No basta con que cada soldado entienda con celeridad las órdenes de los oficiales en las difíciles y cambiantes condiciones del combate sino también se necesita que sea capaz de transmitir información hacia arriba en una lengua común a tropa y jefes. Así pues, estamos seguros que el formidable aparato militar romano se valía del latín. Es más, el ejército, sus mandos, estaba interesado que le llegasen reclutas y mercenarios ya latinizados. Los pueblos germanos, que desde los siglos I-II se desempeñaron como lansquenetes de las legiones, andando los siglos llegan a perder su propia lengua, o al menos cuando los godos penetran en Hispania en el siglo V organizan su sistema de poder, jurídico, cultural y también militar, en latín, no en su lengua originaria.

Durante la segunda guerra púnica (218-201 antes de nuestra era) el ejército romano tenía 330.000 ciudadanos sobre las armas, y uno 430.000 confederados. La permanencia en filas era de 13 años, prorrogables otros 14 si la situación lo exigía, tiempo demás para aprender el latín. Los veteranos, al retornar a sus casas licenciados, lo hacían lingüísticamente modificados, habituados a comprender y a hablar en dicho idioma. Eso es aún más indudable para el caso de las urbes fundadas en Hispania por veteranos (Mérida, etc.), y aquellas que fueron campamentos de las legiones (León), o lugares de acantonamiento de unidades menores (Iruña-Veleia). Es más, ¿qué idioma se utilizaba en los tribunales, considerando que todas las leyes romanas están escritas en latín? Sin duda el latín, y por los tribunales pasaban masas numerosas de personas cada año. La lengua del Estado tiende a ser impuesta al pueblo que padece a dicho Estado. Los íberos, los celtíberos y los vascones proporcionaron unidades al ejército romano, bastante nutridas. Podemos estar seguros que, al retornar a sus lares, los supervivientes hablaban en latín. Cierto es que las dos primeras etnias pierden su lengua y los vascones no, lo que manifiesta la diversidad y complejidad de estos asuntos, razón añadida para no encastillarse en conclusiones precipitadas, inevitablemente simplificadoras.

Si las romances no son herederas del latín hay que explicar por qué el 70% de su caudal léxico proviene de él, o al menos eso sostienen los lingüistas ortodoxos. Si no es así hay que demostrarlo, y tendría que hacerse un diccionario etimológico que lo recoja. No basta con acudir a unos cuantos ejemplos, es obligado hacerlo con el grueso, al menos, de su léxico. Sostener que aquéllas proceden del ibérico posee fuertes elementos en oposición, tres sobre todo. Las lenguas ibéricas y el euskera nunca fueron más del 25-30% de la población peninsular, siendo las celtas mayoritarias; hubo varias lenguas ibéricas, bastante disímiles entre sí; todas nos son incomprensibles, lo que impide establecer una relación causal con las lenguas romances.

Eso no es óbice para sostener una verdad de sentido común, que el castellano debe muchísimo, en sus orígenes, al euskera, asunto que se soslaya por motivos políticos. En su génesis hay tres lenguas, el celtibérico, el latín y el euskera, y esta debe ser la idea directriz de las investigaciones. Lo cierto es que hoy no sabemos con precisión de dónde viene el castellano, por qué y cómo, ignorancia de mucha eficacia pues de ella resultará un gran avance cognoscitivo. Castilla en sus orígenes es la Euskal Herria del suroeste, de la misma manera que Aragón es la del este. La ruptura viene después. La fuerza de atracción del mundo vascón tenía, en esos siglos, un motivo bien visible para quien desee verlo, que había sido el solar originario de la revolución altomedieval, del alzamiento bagauda del siglo V, derrotado en el Ebro pero triunfante en el Pirineo. Por eso la Castilla inicial es la del pueblo castellano, no el condado de Castilla y sus condes botarates, esa construcción politiquera urdida para ocultar la rotunda presencia de lo popular en la génesis de lo castellano. Quien más se aproxima a la verdad es Manuel de Larramendi, en “Diccionario trilingüe castellano, bascuence y latín”, 1754.

El euskera hoy, igual que el castellano, está sometido a la peor amenaza de su historia conocida, la de la mundialización, la aculturación universal y la imposición del inglés. Ésta es mucho peor para aquél que Roma, los ataques del reino godo de Toledo en los siglos VI-VII, las agresiones del imperialismo andalusí musulmán en los siglos IX-X, la marginación por el Estado de Navarra a partir de Sancho III el Mayor, el franquismo, etc. Una lengua es de prestigio máximo si es usada para elaborar y transmitir ideas y proyectos sublimes. Fue la revolución altomedieval la que elevó el euskera a un máximo de reputación y adhesiones. A mi entender, fue gracias a ella que el euskera logró sobrevivir a Roma, Cuando ésta es expulsada en el siglo V se proyecta y realiza el retorno al euskera, que debía estar en agonía. Tal podría explicar la sorda inquina del Estado de Navarra al euskera, pues esta institución es hostil a aquella revolución, que trae el derecho consuetudinario popular mientras que aquél se adhiere a la herencia política y jurídica romana. Si un idioma es una cosmovisión, recuperarlo y relanzarlo es también constituir, pensar y construir, dicha cosmovisión. Todos los idiomas peninsulares (y mundiales) están bajo amenaza de extinción en el presente. Todos tienen que unirse, cada cual desde lo que es, contra la mundialización. La lucha contra la aculturación, dirigida a afirmar lo que somos, no sólo en lo que fuimos sino sobre todo en lo que queremos ser, cada cual consigo mismo, es parte sustantiva de la acción revolucionaria en el siglo XXI.

​Algunas etimologías
Comencemos por compañero, palabra hermosa. Proviene del latín “cum pane”, “comer el mismo pan”. Por tanto, el compañerismo no es sólo simpatía y buenos sentimientos hacia el otro sino compartirlo todo con él, poniendo en común los medios de subsistencia. Aquí se asciende de lo emocional a lo sustantivo, cuando domina un emotivismo buenista que no compromete a nada y que se usa para comprar buena conciencia.

Amigo, de “amicus”, derivado de “amare”, amar, que resulta de “amma” forma infantil de llamar a la madre. Según Isidoro de Sevilla “amicus” resulta de “animi custos”, custodio del alma. Tenemos el mismo problema, la reducción hoy del amor a emocionalidad fácil e irresponsable, por eso el evangelio de San Juan pone las cosas es su sitio, “nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”. También, “obras son amores y no buenas razones”. La amistad es una forma de amor. Y el amor establece responsabilidades y deberes, de manera que quien escapa de ellos huye del amor.

Convivir es vivir con, es comunalidad, es colectivismo, y no solo ser amable y jovial, aunque también. La tradición colectivista europea es la del monacato cristiano revolucionario de los siglos V-XI, de la que derivan los bienes comunales privatizados por la revolución liberal y progresista, por la Constitución española de 1812 y sus continuadoras. Pero monacato y monje viene del griego “monakhós”, solitario, que resulta de “monos”, uno. Terrible, por cuanto el verdadero nombre del monacato es cenobítico, del griego “koinóbion”, con “koinós”, común, y “bios”, vida, vida en común. Quizá ha sido una intervención diabólica la que ha convertido vida en común en existencia solitaria, por tanto anticristiana, pues el cristianismo es la religión del amor y éste se realiza en la convivencia y la hermandad. Que utilicemos el vocablo monacato en lugar de cenobítico muestra lo aturdidos que estamos… Para convivir hay que tener espíritu de comunalidad, que se autocultiva. Sin él no puede haber colectivismo aunque sí, por ejemplo, capitalismo de Estado, lo “público” según algunos.

Comunal resulta del latín “comunicare”, compartir, en el sentido de hacer que lo propio sea de los otros (y viceversa), salga de la propia jurisdicción y alcance la de los iguales, a los que se comunica amor al tener en común la propiedad, el trabajo, la organización política de la sociedad, la vecindad y el Derecho.

El Derecho, como norma jurídica, es la ley, pero la etimología de este vocablo está en “leer”, en el Derecho escrito, el que se lee, el que elabora y promulga el Estado. Tal difiere radicalmente del derecho popular, oral, no escrito y basado en la costumbre. Es el Derecho consuetudinario. Pasar de la ley a la norma legal consuetudinaria es la revolución.

Concejo viene de “concilium”, asamblea, reunión de los iguales para debatir, decidir y obrar colectivamente. Su raíz es “conciliare”, concertar opiniones opuestas a fin de que los muchos se hagan uno en la acción. Sin esa voluntad de conciliar, de buscar el acuerdo, de buena voluntad subjetiva en todos y cada uno de los participantes, no hay concejo, no hay asamblea. Para ello se necesita de la virtud personal, que incluye la capacidad de amar.

Virtud, de “virtus”, fortaleza, como carácter y solidez del individuo. Ahora bien, se debe interpretar en el sentido de aptitud en todas las facetas de lo humano y no sólo en la voluntad. Incorpora las virtudes intelectuales y no sólo las morales, exhortando a la persona a que cultive su inteligencia no menos que su vigor mental y físico, para hacerse sujeto integral. La virtud es necesaria para que el concejo sea. Sin calidad autoconstruida de la persona no puede haber un orden político libre ni un orden económico comunal.

A menudo se usan concejal y regidor como sinónimos, cuando expresan realidades políticas y jurídicas antitéticas. Concejal es el designado por el concejo, siempre con funciones de portavoz o mandado de la asamblea de los iguales y nunca como representante, pues el régimen de democracia no admite la representación. Regidor proviene de “rege”, rey, es el nombrado por la corona para gobernar despóticamente las poblaciones en el sistema de concejo cerrado, o regimiento, que en los territorios sometidos a la corona de Castilla asciende a partir del siglo XIV. Llama la atención que el diccionario de Maria Moliner embrolle este asunto y sin embargo ¡acierte al hacer sinónimos a “concejil” y “comunal”!. En efecto, si la toma de decisiones es de todos los bienes materiales básicos también han de ser de todos. Penoso en esto es el Diccionario de Manuel Seco, que hace sinónimo concejo y ayuntamiento, asamblea popular y Estado, algo así como querer mezclar el agua y el aceite.

Servidumbre y libertad son opuestos. Isidoro de Sevilla dice sobre la servidumbre que procede de “servitud”, conservar, “pues entre los antiguos los prisioneros de guerra que se libraban de la muerte se llamaban siervos. Por sí sola, ésta es la mayor de las desgracias, y resulta para el ser humano libre más cruel que cualquier otro suplicio, pues cuando se pierde la libertad al mismo tiempo se pierde todo lo demás”. Hoy la libertad no es considerada ni siquiera como un bien, pues se prefiere el bienestar, la felicidad, la diversión, la ataraxia o renunciar a vivir por pánico a sufrir… Ser libre es ser responsable, lo que el sujeto medio actual no puede soportar ni siquiera comprender. Vivimos en un tiempo de siervos “felices”, y que, precisamente por quererlo ser, están a menudo con un pie en la depresión. Hemos pasado del miedo al espanto y luego al odio a la libertad: en ello se sintetiza la modernidad.

Ayuda incorpora la raíz “yeu”, fuerza juvenil, en las supuestas lenguas indoeuropeas. En efecto, ayuda quien es fuerte y además generoso. Pero la mejor manera de ayudar es no ayudar, para promover la autoayuda y evitar el paternalismo, una forma de totalitarismo político-moral y una peste a erradicar, al ser un procedimiento para dañar al prójimo. Ayuda debe ser siempre ayuda mutua, con reciprocidad, ayudar y ser ayudado.

Esfuerzo deriva de “ex fortis”, ser fuerte hacia fuera, en el exterior, en un quehacer. Pero también existe el esfuerzo interior, la lucha contra el propio mal espiritual, lo que demanda una forma severa y exigente de esfuerzo. Puesto que somos criaturas bipartidas necesitamos del esfuerzo y el combate interior para hacernos sujetos de virtud.

Dicen que servicio deriva de “servitium” y “servus”, de manera que servir y ser servicial quedan equiparados a servilismo… Es mera manipulación mental, dirigida a promover el egotismo, el individualismo posesivo del capitalismo y la voluntad de poder del ente estatal. En su acepción de servir incorpora la partícula “vir”, de virtud y también de varón, para nombrar el servir en tanto que saber hacer, ser útil, obrar generosamente, valer (de la raíz pre-latina “wal”, ser fuerte). La humanidad recuperará la cordura, la libertad y la alegría de vivir cuando nos sirvamos los unos a los otros por amor.

Agonismo y agonista. Son vocablos muy poco usuales, cuya raíz es el griego “agon” contienda, y “agonistés”, combatiente. La vida es esfuerzo, es lucha, es combate, y lo va a ser siempre, de manera que el sujeto de virtud tiene que estar siempre disponible para la lucha por el bien, la libertad y la virtud, no por intereses personales, casi siempre mezquinos. Una ética agonista, y no una ética epicúrea o eudemonista, parece la apropiada, una conciencia moral y axiológica conforme al ideario de los filósofos cínicos, cuyo punto nuclear es estar disponibles para la lucha no temiendo a la muerte y siendo fuertes en los sufrimientos.

La etimología de hermoso es significativa, pues la belleza es una necesidad del ser humano, negada en el presente por una sociedad que no sólo es hórrida sino que tiene teorizada la horridez, la fealdad, la suciedad, en particular la autofealdad, en tanto que odio hacia sí mismo como autodestrucción, imprescindible al sistema de dominación para prosperar. Proviene de “formosus” que resulta de “formum”, lo que está caliente… la belleza no es, principalmente, la perfección de las formas, no está en la estatuaria de griegos y romanos sino en la efervescencia, la tensión y el calor de lo vivo, imperfecto por contradictorio. Gran lección. Y afinada refutación de Platón y su pseudo-estética y el resto de sus desquiciadas formulaciones. Curiosa es la pifia habitual en la etimología de sublime, el otro componente de lo estético auténtico. Se dice que proviene de “sub-limis”, por debajo del límite, lo que obviamente niega el significado de sublime. Pero no, procede de “subire limis”, que es ascender por encima del límite, ir más allá, reventar los condicionantes e incluso los determinantes.

Cariño, viene de “carere”, carecer, echar de menos con nostalgia. Así pues, no es correcto etimológicamente denominar “cariño” a quien tenemos delante, como sinónimo de querido. Terminamos con deseo, que procede de “desidia”, indolencia o pereza, pues se tiene por cierto que el estar ocioso es lo que promueve el deseo amoroso-erótico. Estamos ante una deslumbrante manifestación de la dialéctica, al proceder el deseo de la desidia.