Lo que más me sorprende de la actual crisis social del coronavirus

Lo que más me sorprende de la actual crisis social del coronavirus no es la manipulación que están llevando a cabo a través de los medios de comunicación, la férrea obediencia de las masas ajustándose a las «recomendaciones» de los gobiernos y sumándose a la praxis policial, o la creación misma de esta crisis perfectamente planificada de antemano; lo que más me sorprende es el posicionamiento de las personas que yo creía disidentes de múltiples configuraciones del sistema. No puedo evitar hacer un símil entre lo que está pasando y la imagen esotérica del juicio final: las tinieblas se disipan para dar paso a la luz, las trompetas suenan para enunciar los nombres de los que, definitivamente, forman parte de cada grupo. Los que durante las últimas décadas, o quizá siglos, se han enterado de la movida, se les obsequia con el don de la conciencia (lo cual no les priva del sufrimiento, sino quizá todo lo contrario), y los que no, se precipitan ya al vacío, como aquellas ovejas incrédulas, perdiéndose para siempre en un infierno basado en la pérdida de sí mismos.

El truco del poder era comprobar que la inmensa mayoría han perdido ya la voluntad de ser propietarios, valga la redundancia, de sus propias vidas. El anarquismo, lo que yo entiendo que es la ideología según la cual el individuo se autoproclama dueño de sí mismo y rechaza con sabiduría los poderes artificiales que quieren anteponerse a él, se ha perdido, como movimiento, en el llamado «anarquismo social» y asambleario. Esto viene ocurriendo, claro está, desde el mismo momento en que el anarquismo existe, desde que incluyó los «derechos» en sus propósitos –incluyendo por lo tanto también la cara B de los derechos: los deberes–. El anarquismo se volvió sindicalista, marxista, pasó a reivindicar la figura del obrero, es decir, del esclavo, así como la figura del ciudadano y con ella, por supuesto, la figura del paciente por lo que a salud se refiere. Perdidos en la recreación ñoña de la «ayuda mutua» con tal de agarrarse agonizantes a cualquier clavo ardiendo del sistema (ya que la reivindicación de algo tan natural como ayudarse entre sí sólo tiene sentido cuando se está en una cárcel), los anarquistas sociales desfallecen entre conciertos online (sic), ideologías de género e intentos por obtener más rentas del mismo Estado que los esclaviza. Siempre dije que hay dos tipos diferentes de miedo: el miedo que te lleva a la lucha y a la victoria ante el enemigo y, por otro lado, el miedo que te lleva a la depresión y a la rendición antes de tiempo. Hoy, la sociedad, y también el anarquismo social, se encuentran en estado de pánico depresivo, paciente, un pánico que sólo pueden paliar a base de series de Nextflix, aplausos a las ocho en punto y ejercicios físicos artificiales frente al ordenador. Todo esto como último intento para seguir aplacando la crisis existencial, mucho más profunda que la social, que burbujea en sus entrañas.

Es complicado saber la verdad sobre quiénes, por qué y cómo han provocado esta crisis. Pero la buena noticia es que no es necesario saberlo. Yo, como otros individuos, no tengo miedo de enfermar, ni de que la gente a quien amo enferme. Quizá es porque desacredito totalmente la teoría microbiana de la enfermedad, según las cual los virus provocan enfermedades, teoría que lleva décadas siendo refutada por todo tipo de investigadores, la mayoría oficiales (Stefan Lanka, Máximo Sandín, Ana María Oliva, Enric Costa Verger, etc…). O quizá no tengo miedo porque entiendo que muchas enfermedades, del tipo gripal entre otras, pueden ser fácilmente superadas con Dióxido de Cloro, tal y como ya he experimentado tanto yo (infecciones de orina) como otras personas que conozco (cáncer). Aunque puede que lo que me haga no tener miedo sea, sobre todo, la elección intrínseca tomada de que prefiero morir en la calle que vivir confinada. Si fuera real este aumento de las muertes que los medios de comunicación y la sociedad en general anuncian (cosa que pongo en duda), y si este aumento de las muertes no estuviese únicamente relacionado con la falta de atención médica que ellos mismos han provocado con el Estado de Alarma; y si la supuesta enfermedad no estuviese acrecentada por la agresiva instalación de antenas de tecnología 5G implementada este año; si realmente, un tóxico, llamémosle virus, natural o artificial, estuviera afectándonos, entonces, ¿qué mejor momento para autoproclamarme como individua libre, anárquica, en oposición permanente contra todos aquellos que por sus propios intereses buscan robarme la vida, convertirme en esclava, meterme su mierda en el cuerpo, ya sea con virus, vacunas, antibióticos o contaminación industrial?

Con esto sólo pretendo dar ánimo a aquellos que ya saben que todo es mentira. No pretendo convencer a nadie porque ya es demasiado tarde para eso. Sólo decir: eh, estoy aquí, yo también salgo a la calle en cuanto puedo, yo también saludo sonriente a las viejas que van a comprar por la mañana y por la tarde todos los días, yo también me negaré, hasta las últimas consecuencias, a que me vacunen, yo también elijo la lucha.

Desde aquí mando un abrazo caluroso a todos y todas los que decidan desobedecer el Estado de Alarma, aunque el mejor abrazo es el que nos están prohibiendo, el real, cuerpo a cuerpo, sin mascarillas ni guantes ni mordazas, con la sabiduría de nuestra desnudez. Abrazad y besad todo lo que podáis antes de que sea demasiado tarde!!!

Voluntad y fuerza!!!

Amelia
Viernes 10 de abril del 2020
Cerca de Barcelona